jueves, 29 de diciembre de 2011

El Edicto Porcino por el cerdo regicida

El rey de Francia, Luis VI el Gordo (1081-1137) –hay que reconocer que el apelativo suena mucho mejor en su idioma: Louis VI le Gros– tuvo ocho hijos con su segunda esposa, Adélaïde de Savoie; el mayor de todos, el príncipe Philippe, murió el 13 de octubre de 1131, con apenas 15 años, al caerse de su montura cuando el caballo se desbocó por culpa de un cerdo que se cruzó bajo los cascos del animal. Según los cronistas de aquel tiempo: ni Homero habría podido expresar el dolor y el sufrimiento del monarca y de la reina cuando enterraron al heredero del trono en Saint Denis, cuatro días después del mortal accidente. Como consecuencia, Luis VI decretó un edicto real prohibiendo que los cerdos continuaran andando con libertad por París, como era habitual en la Edad Media, cuando los cochinos hurgaban libremente, con una pequeña campana colgada al cuello, alimentándose de los residuos y desperdicios arrojados por la gente a las calles. El denominado Edicto Porcino sólo estableció una única excepción: los cerdos que fuesen propiedad de los monjes antoninos podrían seguir campando a sus anchas.

El historiador francés Michel Pastoureau señala que, entonces, se procedió sin demora al solemne funeral de Philippe y a la coronación del nuevo heredero, Luis VII, pero que el joven monarca vivió siempre avergonzado por haber llegado al trono gracias a aquella innoble muerte de su hermano ocasionada por un porcus diabolicus. Así se mancilló a la dinastía capeta con una mácula imborrable que ni siquiera las futuras flores de lis virginales de los escudos de armas de la realeza podrán borrar del todo. Ese príncipe Felipe, en efecto, ya había sido coronado y consagrado rey de Francia mientras su padre estaba en vida, como acostumbraban hacer los primeros reyes capetos a fin de asegurar la continuidad de la dinastía. Un simple cerdo errante fue la causa de la muerte de ese rexjunior jam coronatus y dicha muerte fue vivida, por toda la Cristiandad, como particularmente humillante [PASTOUREAU, M. Una historia simbólica de la Edad Media occidental. Buenos Aires: Katz, 2006, p. 79]

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