lunes, 24 de agosto de 2015

Fraudes artísticos (IV): los manuscritos medievales de Thomas Chatterton

En 1856, el pintor Henry Wallis inmortalizó el cadáver de este romántico poeta inglés –recostado sobre su lecho, en la buhardilla del número 39 de Brooke Street (Londres), nada más suicidarse con apenas 17 años tras ingerir una dosis letal de opio y arsénico– en un famoso óleo sobre lienzo que se expone actualmente en las salas de la Tate Britain de la capital londinense. La víctima, Thomas Chatterton, había nacido el 20 de noviembre de 1752 en Bristol (Gran Bretaña); era hijo póstumo de un maestro de escuela y descendiente de una larga estirpe de sacristanes, lo que le permitió tener acceso, desde pequeño, a antiguos manuscritos y textos religiosos. Fue un niño muy sensible que se crió con su hermanastra y su abuela materna, malviviendo con el escaso sueldo que su madre ganaba trabajando como costurera; circunstancia que marcó su temperamento, melancólico e imaginativo, convirtiéndole en un joven muy precoz que, desde los seis años, ya leía libros medievales. De aquella temprana afición surgió la habilidad de recrear la caligrafía del siglo XV y, con el tiempo, el hambre y la desesperación, su afición dio origen a un célebre fraude, cuando se inventó el personaje de un monje llamado Thomas Rowley e hizo pasar sus poemas por originales manuscritos de ese falso autor.

Aquel maravilloso chico [marvellous Boy] –como lo definió el poeta William Wordsworth, en Resolution and Independence– se educó en la fundación caritativa de Colston donde adquirió las nociones comerciales y jurídicas necesarias para empezar a trabajar como escribano de un abogado de Bristol, John Lambert. Gracias a que, en 1768 consiguió publicar su primera narración histórica sobre un puente en un periódico local, su peculiar estilo llamó la atención de un médico coleccionista de antigüedades llamado William Barrett, al que Chatterton vendió los “originales” escritos por un supuesto prior de Durham del siglo XI y el mencionado monje Rowley del XV, narrando escenas épicas en las que recreaba la lucha del pueblo inglés contra los invasores, en defensa de su libertad.

En tan solo dos años, las falsificaciones de aquel adolescente que fingía haber encontrado los manuscritos en antiguos baúles, llegaron a Londres y le permitieron adquirir cierta notoriedad al tratar de engañar a otras personalidades de su tiempo, como el escritor Horace Walpole –que había triunfado con su novela de terror gótico El castillo de Otranto (1764)– hasta que empezó a levantar sospechas entre ciertos eruditos de Oxford, como el Dr. Thomas Fry; este hecho, unido a cierto desengaño amoroso con la misteriosa Mrs. Angel y la medicación que tomaba para mitigar los efectos de una enfermedad venérea le condujeron a suicidarse, tal día como hoy, el 24 de agosto de 1770. Tuvo que transcurrir más de un siglo hasta que el filólogo Walter W. Skeat revelase, a finales del XIX, las fuentes en las que se inspiró Chatterton para llevar a cabo sus falsificaciones.

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