miércoles, 19 de agosto de 2015

La violencia en el arte rupestre

Hace entre 30.000 y 10.000 años, los seres humanos que vivieron en aquel tiempo se convirtieron en los autores de las primeras manifestaciones artísticas de la Humanidad al crear auténticas obras de arte [1] que consistían o bien en el denominado arte mobiliar (en relación con los útiles que podían transportar cuando se desplazaban: armas, adornos, bastones de mando, esculturas de bulto redondo, piezas rituales, etc.) o bien en el arte rupestre que ejecutaban sobre las paredes rocosas de las cuevas que habitaban, por ejemplo, en el arco mediterráneo de la Península Ibérica, desde el Algarve portugués hasta la comarca del Maestrazgo en Castellón. Aquellas pinturas consistían, en su mayoría, en trazos de signos (reales o imaginarios) o en figuras de animales (caballos, bisontes, renos, cabras, aves….) y, en mucha menor medida, en representaciones humanas. Es imposible creer –como ha señalado David Lewis-Williams [2]– que las comunidades del Paleolítico Superior fuesen socialmente idílicas porque los seres humanos vivieron en comunidades forjadoras de historia y eso significa que existieron tensiones y conflictos sociales; de ahí la singularidad de algunos barrancos del levante español, cuya decoración muestra no solo escaramuzas y combates de arqueros entre tribus sino lo que parece ser la imagen de ¿un magnicidio?
 
En 1916, un sacerdote de origen alemán, que acabó obteniendo la nacionalidad española, Hugo Obermaier, publicó en Madrid un libro [3] con el resultado de sus campañas e investigaciones paleontológicas y prehistóricas por muchos de los principales yacimientos del país. Dos años después, participó en el equipo que descubrió el Barranco castellonense de Valltorta y, en 1925, reescribió aquella obra para publicar una nueva edición más actualizada. En aquellas páginas describe una de las pinturas más sorprendentes de la Cueva Saltadora que reproduce a un personaje mortalmente herido, alcanzado por las flechas en la nuca, en la cadera y en ambas piernas, en el momento de desplomarse. En su caída despréndese la diadema de la cabeza, indicando este adorno, único en su género hasta la fecha en el arte rupestre levantino, que se debía tratar de un personaje muy importante, y, al parecer, la caída del guerrero debía de llevar aparejada la del símbolo de su fuerza y de su prestigio. Por el hecho de no estar representados los atacantes de la víctima, que, por lo tanto, aparece alcanzada por dardos disparados por manos invisibles, deducimos que estamos aquí en presencia de un ejemplo paleolítico de magia hostil o de inutilización (…) consideramos también las representaciones de escenas de combate (Alpera, Morella la Vella), no como acontecimientos históricos, sino como imágenes escénicas confeccionadas antes de haber tenido lugar las luchas, asaltos o sorpresas que representan.
 
La magia hostil de ese dibujo, según Obermaier, se representaba por el procedimiento de hechizar y “matar” previamente in effigie a un adversario que se deseaba inutilizar antes de efectuar realmente el ataque contra él. Aquellas figuras eran más temidas por los Primitivos que las armas e incluso la superioridad de los enemigos.
 
PD Citas: [1] MOURE, A. El origen del hombre. Madrid: Historia 16, 1997, p. 99. [2] LEWIS-WILLIAMS, D. La mente en la caverna. Madrid: Akal, 2005, p. 274. [3] OBERMAIER, H. El hombre fósil. Madrid: Istmo, 1985, pp. 290 a 292.

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