viernes, 16 de febrero de 2018

«France criminelle» (X): el «Caso Landru»

Henri Désiré Landru
–aunque en francés no se acentúa la “u”, en castellano su apellido suele transcribirse como “Landrú”– nació en París, el 12 de abril de 1869. Fue un niño nervioso, reservado, afable, imaginativo y obervador que estudió en la Escuela de Artes y Oficios antes de iniciar la carrera de Ingeniería pero decidió dejar los estudios y alistarse en el ejército para huir cuando, a los 20 años, dejó embarazada a Marie Rémy de su primera hija en común y no quisó contraer matrimonio con ella. Tres años más tarde, el sargento Landru regresó para acordar con su suegro, dueño de una lavandería, que se casaría con Marie. La boda se celebró el 7 de octubre de 1893 y, antes de acabar el siglo, la pareja ya tenía cuatro hijos. En ese tiempo, el mayor asesino en serie de la historia de Francia ya había desempeñado diversos empleos (techador, fontanero, contable, etc.) hasta que decidió crear su propia empresa de bicicletas a motor, con el dinero que le prestó la familia Rémy, pero el taller se quemó.
 
Inició otros proyectos, animado por el optimismo que caracterizó la Belle Époque, a comienzos del siglo XX, fracasando en uno tras otro hasta que fue consciente de lo que realmente se le daba bien: sacar provecho de su habilidad para ganarse la confianza de las mujeres gracias a sus dotes de persuasión. Era todo un Casanova y seductor impenitente de señoras maduritas a las que, métódico y riguroso, esquilmaba económicamente antes de quitarlas de en medio [1].


Al prinicipio se limitó a estafarlas, proponiéndoles algún negocio ficticio, pero lo descubrieron y fue condenado a dos años de prisión; después, volvieron a deternerlo por otros timos y se asustó de que, la siguiente vez, lo enviaran al terrible presidio de Guayana, por ser reincidente; así que, para evitarlo, decidió perfeccionar su plan y eliminar a los posibles testigos: adoptó otro nombre –François Petit–, se dejó barba y continuó buscando viudas acomodadas incluso poniendo anuncios en los periódicos donde se ofrecía como un viudo solvente y serio; mientras que con su segundo alias, Frémyet, trapicheaba comprando y vendiendo materiales en un garaje; y siendo Monsieur Dupont alquilaba una casa en la localidad de Gambais sin descuidar su identidad como el triste y solitario Raymond Diard que invitaba a tomar café a nuevas damas a las que conocía paseando; así logró seducir a Jeanne Cuchet, su primera víctima.


Durante los años 10, Landru pudo actuar con cierta impunidad porque Francia, como toda Europa, sufrió los estragos de la I Guerra Mundial (1914-1918) y, aprovechándose de las consecuencias del conflicto armado –cuando los desplazamientos forzados de la población ocultaban que, en realidad, hubieran desaparecido– asesinó al menos a once mujeres y a un joven (André, el hijo de Madame Cuchet), descuartizando sus cuerpos y quemando los restos en la mansión de Gambais pero en la agenda donde anotaba sus movimientos no se limitó a la docena de víctimas por las que fue juzgado sino que en su cuaderno de notas aparecían 283 nombres de mujeres [2].
 
Con el fin de la Gran Guerra, las familias de las desaparecidas empezaron a buscarlas y acudieron a la Policía. El comisario Jules Belin se hizo cargo de la investigación, descubriendo la semejanza que existía entre las denuncias de viudas, adineradas, que habían desaparecido tras conocer a un hombre con barba, tan mesurado como atento. Landrú repitió el método, pero un día fue reconocido por la calle por una familiar de una de las desaparecidas. Hechas las pesquisas oportunas, la policía lo detuvo el 1 de abril de 1919. En el escenario de sus crímenes encontraron 295 huesos humanos semicarbonizados, un kilo y medio de cenizas y 47 piezas dentales de oro [3].
 

El proceso contra Henri Desiré Landrú fue sin duda el de mayor notoriedad de los registrados en Francia. Ni aun el tan famoso proceso de Dreyfus pudo desbancar en popularidad a éste que se seguía contra el hombre que era designado ya como el Barba Azul del siglo XX. (…) Se contaba con las pruebas más abrumadoras de que trece mujeres habían sido asesinadas por Landrú, y se tuvo la sospecha de que bastantes más, aunque no hubiera pruebas tangibles de ello, ni reclamación familiar alguna, habían sido también sacrificadas por el monstruo. La mañana del 1 de diciembre de 1921, la corte de Versalles dictó su fallo: Condenamos a Henri Desiré Landrú a morir guillotinado por los delitos que se le imputan y los cuales han sido probados ante este tribunal. Su abogado, Vincent de Moro-Giafferi, solicitó el indulto al presidente de la República pero fue denegado y, el 25 de febrero de 1922, se cumplió la sentencia a puerta cerrada y su cabeza caía bajo el filo de la cuchilla [4].
 
Como nota curiosa, la cabeza aún se muestra al público en el Museo de la Muerte [Museum of Death] de Hollywood (California, EE.UU.).
 
Citas: [1] PÉREZ FERNÁNDEZ, F. Mentes criminales. Madrid: Nowtilus, 2012, p. 76. [2] PÉREZ ABELLÁN, F. El señor de los crímenes. Madrid: Espasa, 2004, p.56. [3] DOVAL, G. Los grandes asesinos de la historia. Madrid: Albor, 2012, p. 93. [4] GARNIER, P. Landrú. Barcelona: Rodegar, 1963, pp. 145, 147, 155 y 166.

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